diumenge, 8 de febrer del 2015

MITOLOGIA: sobre la diosa Afrodita

           Afrodita es la divinidad de una de las pulsiones básicas del ser humano: la sexual[1]. Así, se le rindió culto como diosa de la belleza, de la sensualidad, del deseo y del amor erótico. Sin embargo, y aunque sus atribuciones parezcan más o menos claras, lo cierto es que al profundizar en esta divinidad a menudo se detecta no solo cierto multifacetismo sino también puntos algo confusos cuando no oscuros en la definición de su figura.

          Un primer elemento que podría llevar a alguna confusión es el mismo nombre de la dea. Ya los propios griegos leyeron Afrodita como “la hija de la espuma”, lo cual aludía a su nacimiento marino. Con todo, y pese a que su teónimo suena muy helénico, los estudiosos hoy suelen convenir que debió de tratarse de una divinidad de origen extranjero introducida en el panteón griego. Así lo podría atestiguar su ausencia en las tablillas micénicas. A  ello se añaden otros argumentos que, más allá de la apariencia algo engañosa del nombre de la diosa, apuntarían hacia un origen oriental. Por ejemplo, las mismas fuentes “documentales” griegas, así como la geografía mitológica de la diosa, ya señalan que sus principales centros de culto se hallaban en Chipre y Citerea, dos islas que a lo largo del tiempo jugaron un importantísimo rol como puente o puerta de entrada de elementos culturales minorasiáticos y proximorientales entre los griegos. Asimismo, son diversos los puntos de contacto de esta divinidad con diosas semíticas del tipo de la Astarté ugarítica o la Ištar de los semitas mesopotámicos; por ejemplo, la vinculación con personajes masculinos que remiten o evocan a dioses masculinos del ciclo vital[2], las palomas como animal asociado a la divinidad o la hipótesis de la existencia de una prostitución sagrada ejercida al amparo del templo de dichas diosas[3].

Otro detalle que nos remite a la complejidad de la diosa son los distintos mitos con que los griegos explicaron su nacimiento. A pesar de que el autor de la Ilíada (III, 374; V, 370ss; XX, 105) la presenta como hija de Zeus y Dione[4], quizás el relato más extendido de su nacimiento es el narrado por Hesíodo (Teogonía,  ca. 188-200): Cronos emasculó a su padre Urano con la hoz, arrojó los genitales del dios derrotado al mar y, al entrar estos en contacto con el agua marina, se produjo primero una espuma[5] y de ella surgió la diosa Afrodita.

Este episodio está preñado de connotaciones simbólicas que, además, nos ponen sobre la pista de algunos de los atributos que se asociarán a la diosa. En primer lugar, no carece de coherencia que la diosa de la pulsión sexual nazca directamente de los órganos sexuales de un dios celeste soberano cuando estos entran en contacto con el mar. Recordemos, de paso, que lo líquido y lo húmedo son tradicionalmente asociados a lo femenino y a la sexualidad femenina. Huelga decir que este vínculo simbólico no es exclusivo del mundo griego. En parte por responder a ciertas evidencias fisiológicas, es asumido por incontables culturas de cronologías y geografías bien diversas. Por ejemplo, recuérdese toda la simbología propia de la canción de amigo gallegoportuguesa medieval; cuando se nos explica que cierta muchacha va al río o a la fuente a lavar sus cabellos, dicho escenario se nos abre a una lectura erótica en que la proximidad al agua simboliza la prestancia sexual de la mujer que espera al amigo en la orilla. Retomando la escena, hallaremos otro paralelismo con Afrodita. Otro atributo de la diosa son sus cabellos, sueltos o recogidos por un bello tocado o una corona áurea. El oro, y la condición de ser áurea, es también un atributo de la diosa (χρύση Ἀφροδίτη). Anteriormente nos hemos referido a las palomas (también podrían ser los gorriones u otras aves delicadas) como animales asociados a Afrodita y a su ámbito de poder: esta suerte de pájaros son los que grácilmente tiran del carro de la diosa cuando acude en epifanía al llamamiento de Safo en su celebérrima súplica (Frag. 1 Voigt). La rosa y la azucena serán las flores a ella consagradas.  También es propio de la diosa su ajustado ceñidor. Finalmente, vemos que a menudo va acompañada por su hijo Eros, el dios niño del deseo, que con sus saetas de oro provoca el amor en quien por él es flechado.

Hesíodo también explica que, al nacer la diosa del mar, se dirigió primero a Citerea y posteriormente a Chipre[6], lugares que ya hemos presentado como emblemáticos del culto a la diosa, quizás los más antiguos. Con todo, poco se sabe de los pormenores de su culto y rituales en estas islas, si bien los hallazgos arqueológicos de sus centros de culto chipriotas tienen cierta relación con talleres de herreros, cosa que remetería a su matrimonio con Hefesto, el dios de la metalurgia. Asimismo, parece que Corinto, en territorio griego peninsular, y para la época clásica y helenística, tal vez constituyó el mayor centro cultual y de devoción a la diosa.  Cabe añadir que la ciudad del Istmo también fue notoria por la  efervescencia y la pujanza del negocio de la prostitución en sus puertos. Ambas evidencias (centro de culto afrodítico y famoso por sus meretrices) dieron pie a que ya autores antiguos[7] hablasen de la existencia de alguna suerte de prostitución sagrada en los templos de Afrodita Corintia. Asimismo, Ateneo hace alusión a dos epítetos locales de Afrodita, Pórne en Abidos y Hetaίra en Éfeso y Atenas, que se han querido poner en relación con la supuesta existencia de hieródulas consagradas a la diosa. Sin embargo, esta cuestión (la existencia de la prostitución sagrada entorno a la diosa Afrodita y, de existir, sus especificidades) hoy en día dista de ser clara y de estar resuelta.
              
          Finalmente, me referiré a dos mitos en los que participa la diosa y que de algún modo arrojan luz sobre la personalidad y la relevancia que esta divinidad tenía para el imaginario griego.
El primero es el mito de Hipólito, que además resulta muy adecuado para explicar uno de los grandes conceptos de la cultura helénica, abordado una y otra vez en sus relatos míticos[8]. Me refiero a la hýbris o desmesura. Cuando afecta a la relación de un humano para con los dioses, la hýbris puede concretarse en dos actitudes: bien el exceso de celo, bien la escasa atención que un mortal le concede a una divinidad determinada. En Hipólito se producen ambas hýbris, que además resultan complementarias. El joven Hipólito, obsesionado con la caza, es presentado como un ferviente adorador de Ártemis. Esto en sí, para la mentalidad griega, ya sería un exceso, una actitud que contradice el “sacro” precepto del μηδέν  ἄγαν (“nada en demasía”); pero aún lo será más en la medida que la excesiva atención a Ártemis supone cierta desafección a Afrodita. Explicado en términos no mitológicos y desacralizados: el joven que solo se preocupa de la caza olvida algo imprescindible para su edad, que es el empezar a preocuparse por los asuntos del amor que a la larga le han de llevar a formar una familia. Como suele suceder, la hýbris del muchacho desata la cólera de la diosa que se siente despreciada y  provoca que esta se vengue cruelmente de él. Así que Afrodita recurre a su poder y despierta un amor apasionado y funesto en Fedra, la madrastra de Hipólito, por el chico. Al final, la justicia[9] se impone de forma implacable e Hipólito hallará una muerte atroz.

          El segundo mito constituye el núcleo central del Himno homérico V, dedicado a Afrodita: se trata de los amores de la diosa con el troyano Anquises. Tal como es narrado en el himno, Anquises es presentado como otro de los páredroi  de la diosa. Se conocen como páredroi  a los dioses o héroes amantes de la diosa que, después de unirse a ella, hallarán un trágico final. Previamente nos hemos referido a Adonis y a Atis, este último en relación a la diosa Cíbele. La existencia de páredroi  subordinados a una diosa es un rasgo común en las diosas semíticas de la fecundidad[10] y del amor, y ya hemos apuntado al inicio de este ejercicio que Afrodita presenta muchos puntos de concomitancia con estas divinidades. No obstante, me parece que un rasgo peculiar de Afrodita con relación a algunas de estas diosas (y ahora pienso sobre todo en Ištar) es que la actitud de la diosa del amor griega se me antoja más suave y delicada hacia sus amantes que la de su presunto correlato acadio: por lo general, Afrodita no suscita el pavor de sus amantes, como sí suele hacer Ištar, dado lo imprevisible de su genio y sus repentinos arrebatos destructivos. Volviendo al Himno V, quería resaltar cómo Anquises en un determinado momento sí parece manifestar cierto pavor por el mal que la diosa pueda causarle, acercando así la dorada Afrodita a un perfil que recuerda mucho al de Ištar. Entre los v. 180-190, Anquises, antes de ceder al “dulce deseo” de la diosa, y cuando ya la ha reconocido en su epifanía, le suplica que se apiade de él y no lo prive de su vigor masculino (signifique eso lo que haya de significar), “puesto que no llega a una vida vigorosa el varón que yace con diosas inmortales” (trad. de A. Bernabé). Bajo ese temor subyace un motivo ampliamente desplegado en las mitologías anatolias y proximorientales: un mortal, después de tener relaciones sexuales con una diosa, puede adquirir poderes sobrehumanos; de ahí que las divinidades femeninas tomen cartas en el asunto y procuren evitar tal desvío bien castrando bien matando al amante. Ciertamente, la emasculación y la muerte son dos finales recurrentes en las historias de páredroi, y parece que Anquises (recordemos, un héroe troyano, esto es, anatolio) lo sabe. Sin embargo, el autor del himno reconducirá de inmediato la situación a paradigmas más propios del talante de la dulce Afrodita helénica: la diosa tranquiliza a Anquises y le promete que no solo su virilidad no se verá afectada, sino que además de su unión nacerá una prole destinada a grandes proezas. Recordemos que de ese encuentro amoroso nació el pío Eneas.

Orland Grapí Rovira
febrero 2015


NOTAS AL TEXTO

[1] De modo bastante insólito, en el Himno homérico a Afrodita la diosa no solo rige esta pulsión entre humanos e inmortales sino que su ámbito de poder se extiende a los animales, tomando visos de diosa protectora  y promotora de la fecundidad: “Cuéntame, Musa, las acciones de la muy áurea Afrodita, de Cipris, que despierta en los dioses el dulce deseo y domeña las estirpes de las gentes mortales, a las aves que revolotean en el cielo y a las criaturas todas, tanto a las muchas que la tierra firme nutre, como a cuantas nutre el ponto. A todos afectan las acciones de Citerea, la bien coronada.” (trad. A. Bernabé, Himnos Homéricos. La “Batacomiomaquia”, Madrid, Gredos, 1988, p. 187). Asimismo, es de remarcar su relación con Ares, dios de la guerra, de quien es amante. La relación de Afrodita y Ares viene a traducir  la dicotomía entre el deseo sexual y la pulsión de muerte en tanto que dos instintos primordiales del ser humano.

[2] Por ejemplo, Adonis, por cuyo amor la diosa Afrodita compite con Perséfone, la divinidad femenina de la muerte. Cabe recordar que el nombre Adonis no es sino la helenización de una raíz de origen semita noroccidental, probablemente fenicia, que significaría “Señor” (fen. ’adon). El mito (que tiene cierto halo de hierogamia) se resuelve con una resurrección parcial del amante masculino; algo que recuerda, por ejemplo, a la historia de Atis y Cibeles y que simbolizaría en última instancia el resurgir anual de la naturaleza en primavera. También algo parecido podría subyacer bajo el mito de Hipólito, que más adelante explicaré.

[3] Sobre el respecto, véase B. MacLachlan, “Sacred prostitution and Aphrodite”, Studies in Religion / Sciènces Religeuses, 21 (1992), p. 145-162. Asimismo, una interesante puesta al día en torno a la cuestión, con abundantes testimonios en los originales latín y griego antiguo y con traducciones al castellano, se puede leer en J. F. Martos Montiel, “Sexo y ritual: la prostitución sagrada en la Grecia Antigua”, en J. Martínez-Pinna Nieto (ed.), Mito y ritual en el Occidente Mediterráneo, 2002, p. 7-38.

[4] Antigua divinidad que básicamente (y casi exclusivamente) se definiría por ser la consorte de Zeus, con quien podría compartir étimo en su nombre (recordemos que la raíz del nombre de Zeus es διο-). En Dodona, sede del culto y el oráculo más antiguo de Zeus, era honrada como la esposa homónima del padre de los dioses. Asimismo, el nombre de la diosa podría estar registrado en las tablillas micénicas de Pilos, en Lacedemonia, con la forma di-wi-ja. Su animal sagrado eran las palomas, cosa que confiere a esta consorte de Zeus un cierto aspecto afrodítico.

[5] Recordemos la etimología de Afrodita que relaciona su nombre con la espuma (ἄφρος), a la cual se remite el propio Hesíodo en el aludido pasaje de la Teogonía.

[6] De ahí sus habituales epítetos de Κυθέρεια (la de Citerea) y de Κυπρία y Κύπρις (Chipriota).

[7] Especialmente Estrabón (VIII, 6, 20). Véase Martos Montiel, Op. Cit., p. 34-37.


[8] Una brillantísima versión literaria del mismo se puede leer en la tragedia de Eurípides.

[9] Hablo de justicia desde una perspectiva griega; ciertamente, que un hombre desatenga la atención que debe a una divinidad es un acto contra la δίκη, la justicia que garantiza el orden cósmico.

[10] Cabe recordar lo explicado en la nota 1. El himno homérico dibuja de manera algo insólita una Afrodita a quien no solo compete el amor entre los hombres y los dioses, sino que también se ocupa del impulso que garantiza la fecundidad de los animales, con lo cual se aproxima su figura a la de la Πότνια Θηρῶν, la “Señora de las Bestias”.

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